15 de marzo de 2012

Ser mujer, ser pobre y ser rural


Ser de un pueblo pequeño y rural, debería ser una experiencia grata, entre otras cosas, porque permite una vida más naturalizada, más sencilla y auténtica. Sin embargo, también implica falta de oportunidades de estudio, trabajo esforzado, salarios precarios y sueños rotos. Tal es la condición de marginalidad a la que son sometidos los pueblos rurales (mientras más alejados más marginados), que la construcción de esos sueños parece posible sólo cuando migras a una ciudad en busca de “mejores oportunidades” para vivir. Adaptarse a un medio urbano, lejano y ajeno es la primera parte del sacrificio que se tiene que hacer.

Quienes hemos salido de nuestros ambientes y anhelamos vivir ahí, sabemos que el costo es alto. Pero puede serlo más, si a cuestas traes tu condición de ser mujer, ser rural y ser pobre. Una triada que lejos de ser una fatalidad determinista es consecuencia de condiciones históricas de machismo.

En una ciudad mentirosa y egoísta, las mujeres de esa condición son señaladas, menospreciadas y excluidas. Pero las miles de mujeres que hasta acá llegan, luchan por incluirse y forjar sus propias oportunidades. Y ahí las vemos todos los días, vendiendo tamales en las esquinas, cuidando niños, limpiando casas, lavando ropas, barriendo calles. La mayoría de estos oficios desarrollados en la informalidad y por ende a merced de las injusticias y la vulneración que ello ocasiona.

Si no tuviéramos estas desigualdades entre la ciudad y el campo, si la costa no viviera del sacrificio y la marginación de la sierra, si los territorios urbanos y rurales tuvieran un desarrollo equitativo, si la pobreza no tuviera rostro de mujer, si no fuera necesario abandonar nuestros espacios para tener un futuro diferente; tantas mujeres no tendrían que agachar la cabeza en un mundo que no es el suyo, ni humillarse ante personas que no han luchado ni la mitad que ellas pero “poseen más”, tampoco tendrían que soportar la experiencia de desarraigo de su tierra por un lado y de desencuentro con la ciudad por el otro. ¿Por qué no pueden tener las oportunidades de desarrollo en su propio ámbito? ¿Por qué su esfuerzo en el campo y en sus hogares no es valorado y recompensado justamente? ¿Por qué sus hijos/as no pueden tener oportunidades de estudios y de trabajo dignos?

Este sistema las arroja a un bosque con lobos, las convierte en insumo de servicios baratos, configurando las Fantine de nuestra época, a merced del abuso de un poder  que no siempre reconocemos: el poder de quienes tienen, el poder de quienes saben, el poder de quienes dirigen, el poder de quienes teniendo facultad de hacer algo no actúan, y hasta el poder de quienes sienten que pueden maltratar.

Desde la indignación y el dolor pongo este tema en agenda. Indignación por constatar, en tantas historias y en tantas faldas, la consecuencia de la marginación y la injusticia. Dolor por perder a una de estas mujeres: rural, pobre, trabajadora; justamente en circunstancias de lucha para seguir adelante en una ciudad que nunca la acogió, y perderla de manera tan violenta e injusta a causa de la imprudencia y alteración de un motociclista irresponsable y temerario. E indignación nuevamente porque, a pesar del delito cometido, el sujeto causante de la tragedia, no sólo huye sino que además haciendo abuso de su poder agrede a la hija de la víctima, sin ningún tipo de escrúpulo, para eximirse de culpa alguna. Esta es una manifestación del poder oculto que no alcanzamos a ver, pero que debemos denunciar porque agrava las condiciones de injusticia social.

Obviamente para quienes podemos comprender el juego de los poderes dominantes, evidentes o velados, la muerte de una mujer que llega a la ciudad porque la marginación del campo la expulsó, no sólo representa una noticia roja o una estadística fatal, sino la representación de una sociedad desigual, sexista e injusta. Esta experiencia, tan cercana, tan dura, tan representativa, no puede quedar en la impunidad, y aunque nada devuelva la vida, deberá hacerse justicia para que la sociedad revierta, al menos, algo de lo que esta mujer digna y luchadora le entregó. 

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