Ser de un pueblo pequeño y rural,
debería ser una experiencia grata, entre otras cosas, porque permite una vida
más naturalizada, más sencilla y auténtica. Sin embargo, también implica falta
de oportunidades de estudio, trabajo esforzado, salarios precarios y sueños
rotos. Tal es la condición de marginalidad a la que son sometidos los pueblos
rurales (mientras más alejados más marginados), que la construcción de esos
sueños parece posible sólo cuando migras a una ciudad en busca de “mejores
oportunidades” para vivir. Adaptarse a un medio urbano, lejano y ajeno es la
primera parte del sacrificio que se tiene que hacer.
Quienes hemos salido de nuestros ambientes
y anhelamos vivir ahí, sabemos que el costo es alto. Pero puede serlo más, si a
cuestas traes tu condición de ser mujer, ser rural y ser pobre. Una triada que lejos
de ser una fatalidad determinista es consecuencia de condiciones históricas de
machismo.

Si no tuviéramos estas desigualdades
entre la ciudad y el campo, si la costa no viviera del sacrificio y la
marginación de la sierra, si los territorios urbanos y rurales tuvieran un
desarrollo equitativo, si la pobreza no tuviera rostro de mujer, si no fuera necesario
abandonar nuestros espacios para tener un futuro diferente; tantas mujeres no
tendrían que agachar la cabeza en un mundo que no es el suyo, ni humillarse
ante personas que no han luchado ni la mitad que ellas pero “poseen más”, tampoco
tendrían que soportar la experiencia de desarraigo de su tierra por un lado y
de desencuentro con la ciudad por el otro. ¿Por qué no pueden tener las
oportunidades de desarrollo en su propio ámbito? ¿Por qué su esfuerzo en el
campo y en sus hogares no es valorado y recompensado justamente? ¿Por qué sus
hijos/as no pueden tener oportunidades de estudios y de trabajo dignos?
Este sistema las arroja a un
bosque con lobos, las convierte en insumo de servicios baratos, configurando
las Fantine de nuestra época, a
merced del abuso de un poder que no
siempre reconocemos: el poder de quienes tienen, el poder de quienes saben, el
poder de quienes dirigen, el poder de quienes teniendo facultad de hacer algo
no actúan, y hasta el poder de quienes sienten que pueden maltratar.
Desde la indignación y el dolor pongo
este tema en agenda. Indignación por constatar, en tantas historias y en tantas
faldas, la consecuencia de la marginación y la injusticia. Dolor por perder a
una de estas mujeres: rural, pobre, trabajadora; justamente en circunstancias de
lucha para seguir adelante en una ciudad que nunca la acogió, y perderla de
manera tan violenta e injusta a causa de la imprudencia y alteración de un motociclista
irresponsable y temerario. E indignación nuevamente porque, a pesar del delito
cometido, el sujeto causante de la tragedia, no sólo huye sino que además
haciendo abuso de su poder agrede a la hija de la víctima, sin ningún tipo de
escrúpulo, para eximirse de culpa alguna. Esta es una manifestación del poder
oculto que no alcanzamos a ver, pero que debemos denunciar porque agrava las
condiciones de injusticia social.
Obviamente para quienes podemos
comprender el juego de los poderes dominantes, evidentes o velados, la muerte
de una mujer que llega a la ciudad porque la marginación del campo la expulsó, no
sólo representa una noticia roja o una estadística fatal, sino la
representación de una sociedad desigual, sexista e injusta. Esta experiencia,
tan cercana, tan dura, tan representativa, no puede quedar en la impunidad, y
aunque nada devuelva la vida, deberá hacerse justicia para que la sociedad
revierta, al menos, algo de lo que esta mujer digna y luchadora le entregó.
Imagen tomada el 15 de marzo de: http://evangelizadorasdelosapostoles.wordpress.com/2012/01/26/fundacion-bordado-a-mano-no-tenemos-derecho-ni-al-espacio-publico/
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