El
día internacional de la mujer tanto como el feminismo tienen, en sus
antecedentes y orígenes, una gesta política.
De
hecho, fue en 1910 durante la Internacional Socialista, reunida en
Copenhague, que se declaró por primera vez el Año Internacional de la Mujer Trabajadora, atendiendo la solicitud de
Clara Zetkin, feminista y militante comunista alemana.
Al
año siguiente en países como Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, se celebró por primera vez esta fecha que buscaba
reivindicar los derechos de las mujeres y su participación en la política.
Echando
un vistazo a la historia se aprecia la profunda significación política que
tiene el día internacional de la mujer y el aporte desde las posiciones políticas
de izquierda en la lucha por la emancipación femenina.
Son
muchas las mujeres que participaron en esta tarea histórica. Pero sólo una más
me permito referir por su vinculación con nuestro país: Flora Tristán, precursora
del pensamiento feminista, cuyo paso por el Perú le significó la publicación de
Peregrinaciones de una paria. Su
posición política y su convicción feminista la convierten en una de las primeras
mujeres en hablar de unión obrera, de la lucha de proletarios, inyectando a su
feminismo un análisis de clase que luego daría lugar al feminismo marxista.
En
homenaje a la génesis de estas luchas, es necesario revalorar el contenido
político que el día de la mujer posee.
Sus
esfuerzos, movimientos y luchas deben recobrar significación política. Así como
el feminismo debe recuperar valoración social, salvándose de ser reducido a la
noción de género, como insumo de intervenciones de promoción del ‘desarrollo’,
desvinculada de su connotación política y transformadora.
Reflexionemos
sobre nuestra condición política y las posibilidades que tenemos para enfrentar
las relaciones de dominación y subordinación en un sistema capitalista
globalizado. Honremos a esas mujeres que se politizaron, que se enfrentaron a
las estructuras de dominio, que produjeron grandes transformaciones con sus
luchas.
Recuperemos
el valor de la política, no temamos la
militancia, ganemos el espacio público, definamos nuestras propias agendas, cuestionemos
las relaciones de poder, reavivemos el feminismo, cuidando que nos acompañe el
sentido crítico, sin que nos confundan los discursos de gobiernos y posiciones
neoliberales que con sutileza se han apropiado y han instrumentalizado el
lenguaje y las propuestas históricamente reivindicadas por posturas críticas.
Feminismo, política, pensamiento
crítico no son malas palabras. Aunque pueden tornarse peligrosas para el statu quo.
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