Afrontar de frente y sin esquivos el tema del embarazo
adolescente y de las difíciles implicancias que tiene para las futuras madres,
es reconocer que tal problemática es la punta de un iceberg profundo.
La estructura patriarcal que conserva nuestra sociedad,
establece el ámbito doméstico y de crianza de los hijos/as como un espacio
propio de las mujeres, eximiendo a los varones de su responsabilidad con los
hijos/as. Por tanto, cuando una adolescente queda embarazada es ella quien
asume la carga de tal situación. Dicha carga no es sólo material, sino sobre
todo, simbólica.
Al quedar embarazada la adolescente no sólo asume la complicación
de su futuro por la posibilidad de deserción escolar y la reducción de sus
posibilidades de profesionalización y, por
tanto, de autonomía económica. Sino, además debe lidiar con el juicio social
que la señala como culpable de su situación. El embarazo adolescente está cargado
simbólicamente de prejuicio, de rechazo y hasta de acusación moral.
Ambas situaciones empujan a las madres adolescentes a
pauperizar su condición, terminan siendo víctimas de una sociedad que lejos de
brindarles respaldo, en muchas ocasiones les cierra las puertas.
Es necesario reconocer que las madres adolescentes son
sujetos de derecho, que no deben ver obstaculizado su proceso educativo, que no
deben quedar al desamparo ante el abandono de sus parejas, que no deben ser
marginadas en ninguna situación.
Hay mucho por trabajar culturalmente para que su desarrollo
no se limite. Empecemos cuestionando los patrones machistas que reducen el rol
social de las mujeres, encasillándolas en estereotipos femeninos de belleza, de
aspiraciones como el de sentirse realizadas siendo madres o encontrando el
“príncipe azul” que les cambiará la vida.
Promoviendo una nueva construcción social de la
feminidad, desde la infancia, podemos contribuir al empoderamiento y autonomía
de las adolescentes, para que sean más dueñas de sí mismas y puedan afrontar
con madurez esta etapa, previniendo embarazos no deseados.