13 de septiembre de 2012

Más allá de la violencia doméstica


¿Cómo entender la situación de subordinación de muchas mujeres? Una lectura integral de este problema nos conduce a un análisis que va más allá de los indicadores de violencia física.

Hablar de violencia de género, demanda hablar de poder y de las relaciones inequitativas que del ejercicio de éste hacen los varones en relación a las mujeres. 

Luis Bonino, sustentado a su vez en el análisis del sociólogo francés Foucault, señala dos acepciones popularmente utilizadas: El poder autoafirmativo, por el cual se tiene la capacidad de hacer, el poder personal de existir, decidir y autoafirmarse, y que requiere para su ejercicio de legitimidad social; y, el poder de dominio, que da capacidad y posibilidad de control y dominio sobre la vida o los hechos de los otros (y las otras), básicamente para lograr obediencia y lo de ella derivada. En este segundo tipo de poder, que es el de quien ejerce la autoridad, se usa la tenencia de los recursos para obligar a interacciones no recíprocas, y el control puede ejercerse sobre cualquier aspecto de la autonomía de la persona a la que se busca subordinar (pensamiento, sexualidad, economía, capacidad decisoria, etc.).

En sociedades androcéntricas como la nuestra, estas manifestaciones de poder son ejercidas por los varones sobre las mujeres, siendo aprendidas por generaciones y produciendo relaciones desiguales entre géneros, y por ende una situación de subordinación de ellas.

Estas relaciones inequitativas, que han ido ubicando a los varones en el ámbito público (participación política, trabajo remunerado, prestigio social) y a las mujeres en el ámbito privado (rol reproductivo, exclusión del recurso económico, menor valoración social), obedecen a múltiples factores ideológicos, económicos y políticos, históricamente configurados. Precisamente, una de las formas más evidentes de esta asimetría de poder, es la división sexual del trabajo, más presente en países dependientes, que excluye a las mujeres de la actividad económica en la vida social, poniéndolas en desventaja y vulnerables.

Es oportuno reconocer todas estas asimetrías tanto en el ámbito familiar como en la vida social, para enfrentarlas con propuestas visibles y efectivas en ambos planos.

Como se ha señalado, hablar de violencia contra las mujeres, es un tema complejo y definitivamente no es sólo un tema de violencia física, también se trata de otras formas invisibilizadas de violencia que se producen tanto en las relaciones de pareja como en las relaciones sociales, principalmente del trabajo y la educación.

No podríamos abordar en un breve artículo todas las implicancias que esta situación engloba: aspectos socio-históricos, culturales, económicos hasta aquellos elementos simbólicos y de orden subjetivo. Simplemente pretendo llamar la atención de mujeres y varones, de movimientos y partidos políticos, de organizaciones no gubernamentales, de la sociedad civil. Tenemos una agenda pendiente, contribuir a dar un paso más delante de los alcances normativos (en los que sí ha habido avances) a los espacios de la cotidianidad y del ámbito privado. Y claro, las autoridades y el cuerpo institucional – en todos los niveles – tienen la responsabilidad ineludible y penosamente  no asumida con efectividad de generar condiciones de justicia y mayores oportunidades para las mujeres de nuestro país.